A lo largo de las últimas décadas los supermercados fueron conviertiéndose, poco a poco, en locales multirubro. Y además de sumar productos electrónicos, de indumentaria y librería, hay un sector que hoy no falta en ningún local: la rotisería, un rincón donde comprar comidas hechas para llevar a casa. ¿Pero cocinan bien los súper?
Si bien gozan de mala fama por ofrecer productos de baja calidad, lo cierto es que no todo lo que ofrecen estas rotiserías es incomible, ni mucho menos. Para comprobarlo, recorrimos las principales cadenas y de cada una de ellas te contamos qué platos elegir y cuáles es mejor evitar. Una guía para quedar con el chango lleno y el corazón relativamente contento.
Coto
La rotisería de Coto es un conjunto de islas con bandejas de acero semivacías, cucharas revueltas e ingredientes mezclados. Este intento de sistema buffet exhibe los alimentos sin protección y directamente entre las góndolas, lo cual permite que, mientras pasean con el changuito, los clientes metan sus manos para picotear rabas y papas noisette como si estuvieran en un cóctel del hotel Alvear. Claro que acá no hay caviar ni salmón ahumado, sino ravioles pegoteados, ensalada waldorf y duraznos en almíbar.
El “mostrador” no es otra cosa que una vitrina con bandejas apiladas casi al azar con alimentos disímiles. Así, media calabaza rellena descansa al lado de un pedazo de carne mechada y unas croquetas de acelga, en una asadera con dos o tres tiras de morrón aceitoso y alguna pechuga de pollo que, suponemos, pronto pasará a formar parte del relleno de unas empanadas ($3,70). Cada tanto, y sólo si se está en un día de suerte, se puede solicitar al errático personal un pollo al spiedo (seco) o unas papas fritas (recalentadas), si es que éste decide hacer una aparición y preguntar, de mala gana, qué necesitamos.
Este sector es un oasis para hombres solos, señoras mayores y familias numerosas que llenan bandejas repletas de milanesas de fritura oscura ($53 el kilo) y muzzarelitas rebozadas. Y es que en Coto el verdadero hit son los platos de fonda: la lengua a la vinagreta ($45 el kilo) y los calamares a la provenzal tienen ejércitos de adeptos fieles que cargan bandejitas con adoración. No se quedan atrás la mayonesa de ave ($37 el kilo), la ensalada rusa ($23 el kilo) y el Vithel Thonné ($83 el kilo), que hacen las delicias de los padres de familia que añoran la cocina del bodegón y no piensan en los triglicéridos, la cadena de frío o los controles bromatológicos.
Ante una emergencia, el cuadril con salsa ($83 el kilo) y el pollo al puerro ($61 el kilo) no decepcionan. El truco es dejar de lado las papas, llevar solo la carne, que es tierna y sabrosa, y acompañar con ensaladas simples ($25 el kilo) para evitar sobresaltos o, mejor todavía, comprar un par de tomates en la verdulería. También hay tartas individuales (alrededor de $12) de pollo o zapallitos que no son feas, aunque no confiamos demasiado en el rubro “rellenos”.
Disco
Disco es el paraíso de las señoras paquetas, que van a comprar ensaladas y tartas, listas para almorzar, todo en porciones moderadas. De las que visitamos, es la única que ofrece aderezos y cubiertos descartables en canastos al alcance del público y, a diferencia de los productos de otros rubros, la comida hecha vale lo mismo que en las demás cadenas. Y es más rica.
Para un almuerzo más que digno, las ensaladas de estación son la elección acertada. Esta temporada, a la italiana (rúcula, tomates cherry, aceitunas negras y bocconcinos) la reemplazaron la de berros, lechugas morada y francesa, brotes de soja y manzana verde; y la de zanahoria con huevo duro ($16 el kilo). A ellas se suma nuestra favorita: la del chef ($40 el kilo), con lechuga, tomate, choclo, jamón, queso y pollo. Todas vienen en bandejas plásticas cerradas, listas para consumir, aunque tras el mostrador hay más opciones como la de palmitos y kani kama y la de tomates cherry, mozzarella y aceitunas negras ($30 el kilo).
Hay, además, tartas individuales ($15) y por porción. Incluso hay una versión light de calabaza y espinaca ($37 el kilo) que está a la altura de las de cualquier buena dietética y es tan sabrosa que nos hace dudar de su economía calórica.
Para los que prefieren algo un poco más sustancioso, Disco ofrece pocas -pero buenas- alternativas, como la milanesa a la napolitana, que sale con rodajas de tomate natural en vez de salsa ($77 el kilo la de ternera, $62 la de pollo), el pollo al spiedo y el asado al horno ($64 el kilo).
Jumbo
Jumbo combina lo mejor de ambos mundos: su rotisería es la más variada y la más limpia, con precios similares a los de las demás cadenas de supermercados en este rubro. Todo está expuesto en bandejas y platos acomodados en una vitrina refrigerada, y hay que pedir lo que uno quiere al personal, que atiende con buena onda y se anima a recomendar lo que está rico ese día.
Hay, además, algunos platos envasados como empanadas al horno ($3,89) y tortillas como la española ($38 el kilo), de papas ($30 el kilo) y de zapallitos ($31 el kilo) que suplen su falta de sazón con la practicidad de estar al alcance de la mano.
Ante un imprevisto ataque de hambre o falta de tiempo para comprar los ingredientes sueltos y ensamblar, las ensaladas como la del chef ($45 el kilo) y la de atún y huevo con vegetales ($35 el kilo) son la opción más segura y, a diferencia de lo que sucede en otros establecimientos, se mantienen en la heladera.
¿Qué evitar? En Jumbo el problema no es la higiene sino la textura de los alimentos. Las papas fritas, ya sean en bastón ($27 el kilo), noisette ($43 el kilo), o soufflé con forma de carita sonriente ($23 el kilo), no están recién hechas ni salen a pedido, sino que descansan en bowls durante horas, adquiriendo esa gomosidad poco deseable. Lo mismo sucede con los aros de cebolla ($56 el kilo), las rabas y todos los rebozados. El truco aquí, y en todos los supermercados, es alejarse de las comidas “rejunte”, como las croquetas y el budín de pan. El resto, va bien.
Carrefour
La rotisería del supermercado que supo ser el rey en tiempos pasados es hoy una verdadera lágrima. Hay carteleras con un supuesto menú semanal que propone ñoquis con estofado, asado al horno y lasagna, pero lo que se ve en la paupérrima vitrina es un fuentón con asado viejo, achuras que parecen de plástico y las ruinas de una ensalada criolla.
No mucho mejores son los platos que ya vienen envasados: una ensalada rusa peor que la que se puede hacer con una lata de jardinera ($29 el kilo), un vithel thonné que de ese placer navideño sólo tiene el nombre ($97 el kilo), un peceto a la criolla ($95 el kilo) y la clásica lengua a la vinagreta ($81 el kilo), imposibles de identificar si no es leyendo sus etiquetas. ¿Y las pastas? Parece que estuvieran allí desde la invención de la rueda.
Para salir del paso, lo menos peligroso es inclinarse por alguna de las prepizzas con ingredientes y darle un golpe de horno ($26 la de jamón y morrones) y acompañar con una ensalada envasada de la sección verdulería.
Carrefour nos hace reflexionar sobre la verdadera practicidad -y seguridad- de comprar comida hecha en un lugar en el que, por definición, se reciclan mercaderías. ¿Tan difícil es saltear unas verduras y mezclarlas con arroz o hervir pastas y servirlas con oliva y queso? Ya estás en el súper, ¿por qué no estirar la mano, tomar los ingredientes de la góndola e improvisar una cena casera?
Por Elena Paoloni / Ilustración: Carla Teso
Si bien gozan de mala fama por ofrecer productos de baja calidad, lo cierto es que no todo lo que ofrecen estas rotiserías es incomible, ni mucho menos. Para comprobarlo, recorrimos las principales cadenas y de cada una de ellas te contamos qué platos elegir y cuáles es mejor evitar. Una guía para quedar con el chango lleno y el corazón relativamente contento.
Coto
La rotisería de Coto es un conjunto de islas con bandejas de acero semivacías, cucharas revueltas e ingredientes mezclados. Este intento de sistema buffet exhibe los alimentos sin protección y directamente entre las góndolas, lo cual permite que, mientras pasean con el changuito, los clientes metan sus manos para picotear rabas y papas noisette como si estuvieran en un cóctel del hotel Alvear. Claro que acá no hay caviar ni salmón ahumado, sino ravioles pegoteados, ensalada waldorf y duraznos en almíbar.
El “mostrador” no es otra cosa que una vitrina con bandejas apiladas casi al azar con alimentos disímiles. Así, media calabaza rellena descansa al lado de un pedazo de carne mechada y unas croquetas de acelga, en una asadera con dos o tres tiras de morrón aceitoso y alguna pechuga de pollo que, suponemos, pronto pasará a formar parte del relleno de unas empanadas ($3,70). Cada tanto, y sólo si se está en un día de suerte, se puede solicitar al errático personal un pollo al spiedo (seco) o unas papas fritas (recalentadas), si es que éste decide hacer una aparición y preguntar, de mala gana, qué necesitamos.
Este sector es un oasis para hombres solos, señoras mayores y familias numerosas que llenan bandejas repletas de milanesas de fritura oscura ($53 el kilo) y muzzarelitas rebozadas. Y es que en Coto el verdadero hit son los platos de fonda: la lengua a la vinagreta ($45 el kilo) y los calamares a la provenzal tienen ejércitos de adeptos fieles que cargan bandejitas con adoración. No se quedan atrás la mayonesa de ave ($37 el kilo), la ensalada rusa ($23 el kilo) y el Vithel Thonné ($83 el kilo), que hacen las delicias de los padres de familia que añoran la cocina del bodegón y no piensan en los triglicéridos, la cadena de frío o los controles bromatológicos.
Ante una emergencia, el cuadril con salsa ($83 el kilo) y el pollo al puerro ($61 el kilo) no decepcionan. El truco es dejar de lado las papas, llevar solo la carne, que es tierna y sabrosa, y acompañar con ensaladas simples ($25 el kilo) para evitar sobresaltos o, mejor todavía, comprar un par de tomates en la verdulería. También hay tartas individuales (alrededor de $12) de pollo o zapallitos que no son feas, aunque no confiamos demasiado en el rubro “rellenos”.
Disco
Disco es el paraíso de las señoras paquetas, que van a comprar ensaladas y tartas, listas para almorzar, todo en porciones moderadas. De las que visitamos, es la única que ofrece aderezos y cubiertos descartables en canastos al alcance del público y, a diferencia de los productos de otros rubros, la comida hecha vale lo mismo que en las demás cadenas. Y es más rica.
Para un almuerzo más que digno, las ensaladas de estación son la elección acertada. Esta temporada, a la italiana (rúcula, tomates cherry, aceitunas negras y bocconcinos) la reemplazaron la de berros, lechugas morada y francesa, brotes de soja y manzana verde; y la de zanahoria con huevo duro ($16 el kilo). A ellas se suma nuestra favorita: la del chef ($40 el kilo), con lechuga, tomate, choclo, jamón, queso y pollo. Todas vienen en bandejas plásticas cerradas, listas para consumir, aunque tras el mostrador hay más opciones como la de palmitos y kani kama y la de tomates cherry, mozzarella y aceitunas negras ($30 el kilo).
Hay, además, tartas individuales ($15) y por porción. Incluso hay una versión light de calabaza y espinaca ($37 el kilo) que está a la altura de las de cualquier buena dietética y es tan sabrosa que nos hace dudar de su economía calórica.
Para los que prefieren algo un poco más sustancioso, Disco ofrece pocas -pero buenas- alternativas, como la milanesa a la napolitana, que sale con rodajas de tomate natural en vez de salsa ($77 el kilo la de ternera, $62 la de pollo), el pollo al spiedo y el asado al horno ($64 el kilo).
Jumbo
Jumbo combina lo mejor de ambos mundos: su rotisería es la más variada y la más limpia, con precios similares a los de las demás cadenas de supermercados en este rubro. Todo está expuesto en bandejas y platos acomodados en una vitrina refrigerada, y hay que pedir lo que uno quiere al personal, que atiende con buena onda y se anima a recomendar lo que está rico ese día.
Hay, además, algunos platos envasados como empanadas al horno ($3,89) y tortillas como la española ($38 el kilo), de papas ($30 el kilo) y de zapallitos ($31 el kilo) que suplen su falta de sazón con la practicidad de estar al alcance de la mano.
Ante un imprevisto ataque de hambre o falta de tiempo para comprar los ingredientes sueltos y ensamblar, las ensaladas como la del chef ($45 el kilo) y la de atún y huevo con vegetales ($35 el kilo) son la opción más segura y, a diferencia de lo que sucede en otros establecimientos, se mantienen en la heladera.
¿Qué evitar? En Jumbo el problema no es la higiene sino la textura de los alimentos. Las papas fritas, ya sean en bastón ($27 el kilo), noisette ($43 el kilo), o soufflé con forma de carita sonriente ($23 el kilo), no están recién hechas ni salen a pedido, sino que descansan en bowls durante horas, adquiriendo esa gomosidad poco deseable. Lo mismo sucede con los aros de cebolla ($56 el kilo), las rabas y todos los rebozados. El truco aquí, y en todos los supermercados, es alejarse de las comidas “rejunte”, como las croquetas y el budín de pan. El resto, va bien.
Carrefour
La rotisería del supermercado que supo ser el rey en tiempos pasados es hoy una verdadera lágrima. Hay carteleras con un supuesto menú semanal que propone ñoquis con estofado, asado al horno y lasagna, pero lo que se ve en la paupérrima vitrina es un fuentón con asado viejo, achuras que parecen de plástico y las ruinas de una ensalada criolla.
No mucho mejores son los platos que ya vienen envasados: una ensalada rusa peor que la que se puede hacer con una lata de jardinera ($29 el kilo), un vithel thonné que de ese placer navideño sólo tiene el nombre ($97 el kilo), un peceto a la criolla ($95 el kilo) y la clásica lengua a la vinagreta ($81 el kilo), imposibles de identificar si no es leyendo sus etiquetas. ¿Y las pastas? Parece que estuvieran allí desde la invención de la rueda.
Para salir del paso, lo menos peligroso es inclinarse por alguna de las prepizzas con ingredientes y darle un golpe de horno ($26 la de jamón y morrones) y acompañar con una ensalada envasada de la sección verdulería.
Carrefour nos hace reflexionar sobre la verdadera practicidad -y seguridad- de comprar comida hecha en un lugar en el que, por definición, se reciclan mercaderías. ¿Tan difícil es saltear unas verduras y mezclarlas con arroz o hervir pastas y servirlas con oliva y queso? Ya estás en el súper, ¿por qué no estirar la mano, tomar los ingredientes de la góndola e improvisar una cena casera?
Por Elena Paoloni / Ilustración: Carla Teso
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